Esto fue lo que le dijo mi amiga Laura a un chico que la sacó a bailar en una salsoteca. Claro que a mi amiga no se le conoce por su extrema delicadeza y feminidad, pero en su favor tengo que decir que no es mala persona y que baila muy bien para ser exacto...
A Laura le encanta bailar, no rechaza invitaciones y suele ser muy comprensiva. Si le clavan el codo en el cogote sonríe aunque le corra la lagrimita. Si la pisan, se frota el pie derecho con la pantorrilla izquierda y sigue bailando. Si le aprietan la mano mueve los dedos para que circule la sangre, y si a su compañero le abandona el desodorante o el enjuague bucal, aprovecha los giritos para tomar bocanadas de aire fresco.
Sólo hay una cosa que mi amiga querida no soporta: que no la miren al bailar. Cuando un hombre comienza a lanzarla de un lado a otro, mirando a todo el mundo, menos a ella, a Laura le cambia la cara. Entorna los ojos, (frunce el ceño, se le inflan los mofletes y se pone cara de enojada). Esto fue lo primero que probó con el protagonista de esta historia, creyendo, ingenuamente, que él se daría cuento de que algo andaba mal.
Cuando esta táctica no le funciona, porque el chico no la mira ni de reojo, Laura empieza a perseguirle la cara con la suya. Esta persecución facial no tiene otro objeto que recordarle a él que ella existe, y que eso que se agita al final de su mano es una mujer. Pero por el contrario, el chico sigue bailando con su sonrisa de oreja a oreja y continúo girándola como a una matraca.
Como último recurso, Laura probó a lanzar ráfagas de aire comprimido a su compañero en toda la oreja, pero de nada sirvió. Solo consiguió marearse, porque el sujeto estaba entretenido viendo quién lo miraba. Fue entonces cuando mi amiga se hartó y lanzó la desafortunada frase que dio pie a esta nota y por la cual el chico, que estaba de lo más inspirado, se paró en seco sin entender a qué se debía tanta agresividad.
Mientras me contaba lo pasó yo aconsejaba a Laurita diciéndole que tenía razón, pero que cuidara las maneras. Y que eso de andar amenazando a la fuerza de escupitazos no era propio de una chica. Pero ella, que es un melodrama con patas, me decía casi llorando que no podía disfrutar del baile si un chico la zarandea más que el un abanico, y que si no la miraba se sentía un objeto, una mujer maltratada. Incluso me llegó decir que deberían dictar orden de alejamiento a bailarines como esos, para proteger la integridad de las mujeres salseras.
El enfado le duró a Laura Fariña lo que tardo el Dj. en pinchar “La malanga” de Eddie Palmieri. Me dejó con la palabra en la boca y se lanzó a la pista arrastrando a un nuevo compañero de baile. Creo que esta vez tuvo suerte, porque les vi. intercambiar ‘pasitos’, sonrisas y miradas.
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